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1 de julio de 2013

Los hospitales y las risas.

     Hace algo más de un año tuvimos un susto. Un susto grande, horrible... un accidente doméstico de los "tontos" que acabó con uno de mis hijos en el hospital ingresado casi un mes. Bueno, un mes estuvo en La Paz, en Madrid, pero pasamos por un centro de atención primaria y tres hospitales diferentes antes de llegar allí, al ala infantil de quemados. Lo que pasamos esos días, esas semanas superaría la capacidad de este blog: el miedo, la culpa, los reproches, el cansancio, la falta de tiempo para el resto de la familia pesaban como una losa, pero sobre todo pesaba el no poder hacer nada por el dolor y el aburrimiento que mi pequeño sentía. No faltaron ni amigos ni familia que estuvieran allí sosteniéndonos pero había una cosa a la que nos costaba hacer frente: el estar limitado a una habitación demasiado calurosa, "atado" a la vía y al suero a un pequeño tan activo y enérgico como mi hijo era lo más dificil... los dolores de las quemaduras eran terribles y su único consuelo, el pecho de mamá. Sí, todo el mundo jugaba con él, pero hubo un momento en el que no había cuentos, ni coches, ni pelotas ni pinturas suficientes para disipar las molestias y el hartazgo... hasta que...

Foto extraída de la página web de Pallapupas



... apareció ELLA. Con su nariz roja, sus pantalones de colores llenos de silbatos y globos, sus matasuegras y su bata de enfermera tuneada... sus risas, sus chistes y sus mangas llenas de magia arrastraban más ternura de la que nunca pudimos llevar a esa habitación. No sé cuanto tiempo estuvo, ni cómo lo hizo para irse sin provocar un drama... sólo sé  que esa tarde fue mucho más fácil conciliar el sueño y que las siguientes también se hicieron más llevaderas esperando que pudiera volver. 

     Ojalá este trabajo estuviera siempre reconocido y pagado. Ojalá su implantación fuera obligatoria en todas las plantas de hospital. Ojalá no dependiera de la buena voluntad del que decide emplear su tiempo en hacer felices a los que más dificil lo tienen. 

     En ese mismo momento, viendo la sonrisa de mi hijo tocando la nariz roja, supe que en algún momento tendría que hacer algo por devolver el bálsamo de ese día. Tengo claro que algún día yo también volveré a entrar en un hospital, no de cuidadora, ni de visitante, sino vestida de alegría e ilusión. Ni hoy, ni mañana, mis hijos todavía son muy pequeños, me necesitan mucho, todavía hay muchas heridas que cerrar. Pero se pueden hacer muchas cosas: difundir información, donativos... y mi pequeña contribución de hoy a unos payasos muy especiales por su formación y  por su concepción de un Trabajo Digno: los Pallapupas.

     Os deseo mucha suerte en vuestra labor, que cada día lleguéis a más hospitales y familias que os necesitan y, eso sí, espero no volver a veros -dentro- nunca.