Me gusta
cuándo las personas disfrutan con su trabajo (como a casi todo el
mundo, supongo). Me de igual que hablemos de una arquitecta, de un
sastre, de una librera o de un músico. Me gusta observar y escuchar
su opinión sobre las cosas que conocen, bien porque llevan años
ejerciendo, o estudiando, bien porque lo han “mamado” desde
pequeños si es una saga familiar. Disfruto aprendiendo cosas que han
estado lejos de mis intereses, pero que soy capaz de valorar cuando
se manifiestan al mundo en forma de lo que más luce: trabajo bien
hecho, con cariño y atención. Yo también intento hacer mi trabajo
de la mejor manera posible, formándome, observando y procurando
estar siempre al día, y reconozco que es agotador, que me falta
tiempo y que a veces me gustaría estar tirada sin hacer nada más
que mirar el cielo. Claro que mi trabajo tiene un doble beneficio; lo
hago porque me gusta y además, es absolutamente compatible con mi
actividad principal de unos años a esta parte: la crianza de mis
hijos, desde el respeto a sus necesidades y con tiempo y apego. Si
ahora tuviera que ganarme la vida de otra forma, tendría que dedicar
muchísimo tiempo y ganas (posiblemente también dinero) para
aprender algo que me es desconocido. Esto repercutiría en mi familia
y en mi profesión, y quizás incluso en mi salud, pues debería
robarle horas al sueño para que me cundiera. ¿Sería justo que le
exigiera a alguien que dejara de lado su profesión y sus
conocimientos para sumergirse en otro mundo para criar a sus hijos
con responsabilidad?
Entonces
¿qué pasa con la mujer (generalmente), profesional en su actividad,
que ha dedicado tiempo y esfuerzo a lograr ciertas metas y, tras
quedarse embarazada, se ve enfrentada a una profesión para la que
generalmente no se han preparado, ni enseñado, ni hay escuelas, ni
postgrados ni universidades? Parece existir la creencia de que cuando
una mujer tiene un hijo va aprendiendo sobre la marcha todo lo
necesario. También se valora mucho la ¿ayuda? –no siempre- de
abuelas, vecinas o amigas más experimentadas. Pero la realidad es
que muchas mujeres, tarde o temprano, pero generalmente cuando se va
superando la etapa de “fusión” en la relación con sus hijos, se
ven enfrentadas a las dudas, a sus propios recuerdos sobre su
educación y a las expectativas de la sociedad sobre lo que sus hijos
deberían o no deberían hacer. Aparecen problemas, consultas,
conflictos y muchas veces la consulta a los especialistas. ¿Podemos
exigirle a una mujer, a un hombre o a familias enteras que se formen,
estudien, comparen y analicen todas y cada una de sus decisiones? No,
si ellos no quieren.
No
quiero que parezca que mantengo que una mujer no debería conocer
nada sobre crianza y maternidad... es más, opino que cuanto más
conozca uno sobre casi cualquier cosa, mejor. Pero una mujer hoy en
día se ve “obligada” a saber sobre su embarazo más que algunas
matronas no recicladas, más sobre parto que algunas ginecólogas y
más sobre crianza y salud infantil que unos cuantos pediatras y
especialistas en educación infantil... y esto es lo que no me parece
justo, ni ideal, ni siquiera beneficioso a largo plazo ¿por qué?
Porque es la clase de información que debe fluir, que debe estar
disponible sea cual sea la clase social, la formación o las
peculiaridades socioculturales de las familias.
Hace
poco leí a una mujer que en un foro de discusión comentaba algo así
como que “había que dejar de leer tanto libro y fiarse más de una
misma”. Eso hubiera estado bien, de no haber sido porque unas
líneas más abajo mantenía que un buen azote era lo mejor para
prevenir males mayores. Ojalá esa mujer tan convincente hubiera
tenido otra infancia, otra formación... o hubiese visto otra forma
de hacer las cosas.
En
el ámbito educativo, se habla de “currículum oculto” como los
usos, creencias o normas que se manifiestan a través de una
institución pero sin hacerse explícitas. Por ejemplo, si una
profesora quisiera hacer entender a su alumnado la importancia del
comercio justo y responsable, pero ella asistiera a clase con ropa
nueva cada día y de marcas que son elaboradas por niños asiáticos,
su mensaje no calaría por ser contradictorio. Sería una especie de
“discurso subliminal” dentro de la escuela. Pues bien, entiendo
que el currículum oculto en los hábitos de crianza, hoy en día, es
en demasiadas ocasiones negativo y pernicioso. No valora al niño en
su justa medida, no potencia sus habilidades y frecuentemente va de
la mano de la coacción y el chantaje, cuando no del miedo. Alice
Miller se refirió mucho a ello como “pedagogía venenosa”.
Las
familias implicadas en la crianza con apego cada vez son más
visibles, pero todavía tienen que hacer más ruido. El mundo está
cambiando y ya no vale quedarse en el ámbito de la tribu que
comparte ideales y formas, porque el futuro de todos, incluidos
nuestros hijos, está en juego. Por supuesto que sería deseable que
casi todo el mundo leyera algunos libros, o escuchase a algunas
personas, pero la realidad es que no es así, y que la posición de
alguien verdaderamente implicado en la crianza respetuosa no puede
quedarse en un “¡ah!, pues que se hubiera informado un poquito.”
O en “Yo le dejé unos libros y ni se los leyó”. Las familias
tienen que ver públicamente a otras familias criando de otras
formas. Tienen que asistir a otra manera de acudir y tratar una
rabieta (¿quién no ha sufrido miradas reprobatorias ante una
rabieta de un pequeño por parte de otros adultos que por supuesto
saben muy bien lo que tendría que hacerse en ese caso?) No se trata
de dar información que no se ha pedido, pero tampoco ocultarse.
Decir “yo no castigo a mi hijo” no puede provocar ansiedad por su
posible comportamiento y la opinión que generará en terceras
personas... no se nos olvide que estamos hablando de niños, de
personas completas, a las que deberemos acompañar y respetar... pero
no son nosotros.
Quiero animar y agradecer a todas esas mujeres que practican la estrategia del “tropezón”. Esa de tomar un café y como quien no quiere la cosa, sugerir algo distinto “¿has probado a hacerlo así? A mi a veces me va bien.” Siempre con una sonrisa y aceptando los noes (como cuesta eso). También a esas familias que no tienen problema en criar amorosamente a sus hijos, y defender que por ellos se les escurre el tiempo de las manos ante otros que hablan de “los quince minutos al día que tengo que jugar con mi hija” (esto es un testimonio que yo he recogido personalmente de una madre refiriéndose a su hijo de apenas unos meses). Los implicados de verdad en la crianza con apego, por sus hijos y por un mañana mejor, deben ser capaces de impregnar el ambiente con sus actitudes para así, poco a poco, ir arrinconando la violencia.
Sigamos haciendo tribu.
Artículo original en el portal Educarpetas
Una película para reflexionar: "La cinta blanca", de Michael Haneke.
Me ha gustado mucho Beatriz, me reconforta leerte.
ResponderEliminarUn beso,
Nuria
Gracias, Nuria, es genial que sirva para algo.
ResponderEliminarsirve, siempre sirve, todo sirve
ResponderEliminary muchas, la mayoría, leemos y no decimos, pero estamos
me ha encantado encontrar tu blog
me acabo de topar con tu blog y llevo un rato leyendo por aquí. Con actitud como la de este post, poco a poco conseguiremos que la educación desde el respeto llegue a más personas. No es una doctrina, no es una obligación pero sí que es, como bien tu indicas, un paso importante para un mundo mejor.
ResponderEliminarpd: te he dejado un premio en mi blog